miércoles, 18 de abril de 2007

Afrodita, Venus, Isis... Ella

La segunda vez que la vi, fue como fugaz. Charlamos, reímos, callamos. Creaba en mi mente los versos más dulces, que no pudo repetir mi boca. Perdí la conciencia por un poco de alcohol y tanta telepatía malograda, y amanecí durmiendo sobre un tibio charco de besos... Donde por súbita compulsión y entre intermitencias, recordé: ... Cupido me elige como flecha. Apuntando hacia ella me lanza, y me sumerjo en su cuerpo como arpón de talla perfecta; y danzamos la danza del ritmo de los ritmos; y la humanidad de su concava parte ahumenta mi sudado convexo... y me undo en su pasión hasta ablandarme los huesos. Siento como se quema dulcemente mi alma, y en cada movimiento se aviva mi fuego interno, y siento en sus gemidos el temblor de los truenos de la lluvia que refresca, sambullendo nuestras almas, en un manatial de placeres no mundanos solo apto para audaces... Y su piel, su piel huele a advertencia, y se arrastra su voz en otro gemido agitado... te quiero... te quiero todo adentro... repite, todo, todo adentro... Y su ternura violenta clava sus uñas en mi espalda, desgarrando mis alas, transformando mi vuelo en caida. Y gime, otra vez, gime una plegaria que ensordece mis tímpanos, tornando mi caida en pronunciado ascenso hacia el cielo, asechando en picada al placer inminente... Y termina. Temino. Terminamos. La última pincelada del jardín de las delicias; el punto final del aleph; la conclusión de Dios previa al séptimo día. Y dejo caer mi cabeza como una pluma en su cuerpo, anido entre sus pechos, cierro los ojos rogando que nunca más fuera un sueño, y las curvas de su cuerpo llevan un arte en mis caricias, impasibles de estatismo. Y siento, siento que troqué mis caricias, por todo su cuerpo... Desperté en la mañana por la humedad de sus besos, y una placentera mezcla de alivio y alegría; como si me rascara una comezón donde siento las mayores cosquillas, me atacó en la alborada. La miré a sus ojitos y pensé que si me sobran vicios, es por que tampoco me faltan tentaciones. Ella dijo nos vemos a la tarde, y ni Dios contestó niguna de las plegarias, ni los mensajes de textos. Eché un vistazo al insondable abismo de mi mente, y me di cuenta que esto es una puerta abierta. No sé si al cielo, o al infierno. Ante la saciedad del deseo y lo tangible de lo ideal, ¿Puede, un corazón, recordar las cicatrices?

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